sábado, 29 de diciembre de 2007

¿Le cuento?


Desde pequeños se nos llama al silencio, al ocultamiento; pero, no al ocultamiento de cualquier cosa, sino de lo significativo, de lo más anhelado, de lo que más se quiere. Callamos los afectos, las emociones, los deseos, sean bellos u horribles; el mandato de nuestra sociedad dice “¡Shhh!” “¡Eso no se dice!” Pasa desde pequeño, desde que se nos enseña a soplar la velita hasta la cabala o la formula “No, no te lo digo, no te ofendas, pero es por cabala” Todos obstáculos en la comunicación cara a cara de la vida cotidiana, todos elementos aprovechados por nuestro sistema atomizador para evitar las conexiones y sembrar la sospecha.

El sentido común es algo complejo, es verdaderamente rico en ideas dispersas provenientes de distintas épocas y esferas de la cultura, es un aglomerado heteróclito de ideas al cual se les ha borrado su historicidad. El sentido común no solo esta compuesto por ideas, sino que también afecta la acción, puesto que en el existen esquemas prácticos. Antonio Gramsci daba esa definición de sentido común y señalaba que esas ideas heteróclitas afectaba la organización de las clases subalternas, puesto que al no sistematizar su modo de pensar y actuar jamás podrían hacer frente a los sectores dominantes.

¿Qué tiene qué ver lo anterior con nuestro planteo? Pues veamos… Todas las ideas que nos llaman al silencio pertenecen al sentido común ¿Alguien sabe cual es la historia del “no revelar los tres deseos que se piden al soplar la velita/s de cumpleaños”, por ejemplo? El erudito, el investigador, puede que lo sepa, pero en la vida cotidiana ¿Quién lo sabe?

Así, poco a poco, vamos pasando por diferentes etapas de la vida y vamos interiorizando modos de callar, modos de ocultar lo qué mas queremos… Entonces ¿Cómo se entera el otro/s (mis padres, en este caso) de que quiero una bicicleta, por ejemplo? ¿Cómo se entera, alguien, de quiero volver a verlo, reencontrarme con el/ella)… Poco a poco aprendemos a no comunicar nuestros deseos

“Mejor no te cuento, perdóname, pero es que tengo miedo de que, si te lo cuento, no se cumpla” Estamos acostumbrados a esta frase, después de ella pasamos a otro tema o hacemos un largo silencio. Hay algo más que incomunicación: sospecha… ¿A quien le puedo contar? ¿Se lo puedo decir a cualquiera de mis amigos o a ninguno? ¿Son lo suficientemente confiables?... Las ideas se confunden, se funden y la superstición de la que sobrevuela la comunicación de lo que se quiere se mezcla con un poco de desconfianza y todo termina en un “cada cual por su lado”, es decir, desconectado.

Una manera de comenzar a hacer conexiones es contando, contando cosas… Tal vez, esa sea una de las cosas positivas que hay en Internet y los modos de comunicación que ha generado: en un fotolog se debe contar, para ingresar a la “comunidad” se debe sacrificar el silencio, hay que contar lo mas posible, la mayor cantidad de cosas, por ejemplo, qué hice ayer, qué quiero, qué estoy haciendo, en pocas palabras, darme a conocer, darnos a conocer. Sin embargo, al ser una comunicación mediada y diferida en el tiempo, el cuerpo queda de lado (¿Es una de las astucias del semiocapitalismo?), solo esta presente a través de una fotografía (la cual puede ser de otra cosa distinta a nuestro cuerpo)… Se comunica sin estar presente corporalmente, a menos que sea a través del Chat.

Hoy la superstición juega junto a la desconfianza, son parte del mismo equipo. Tal vez, para comenzar, todos, a jugar en contra de el, tengamos que reconocer las mascaras con que se infiltran en nuestra vida cotidiana.

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