martes, 6 de mayo de 2008

Aproximaciones criticas a la puesta en escena, realizada por La Comedia de Campana, de “El niño travieso”, de Alejandro Finzi.

Una travesura por las utopías
por Matías Barreto


Avatares de unas líneas traviesas

Allá por el siglo XIX, en algún sitio de Dinamarca, Hans Christian Andersen, sobre un escenario de papel y con letras y palabras como actores y actrices, entrega vida a unos personajes: un viejo poeta, un niño travieso y la naturaleza ¿Quién escucha a un poeta? ¿Quién observa a un niño travieso? ¿Quién oye, siente y se asombra ante la naturaleza? ¿Por qué escuchar a un poeta? ¿Por qué observar a un niño travieso? ¿Por que entregarse a la travesura? ¿Por qué sentir la naturaleza?

Un poeta extraviado del universo, la naturaleza perdiéndose de la humanidad y un niño travieso llamado “Amor” que es, no solo, tema del Romanticismo, sino anuncio, llamado de atención, sobre la modernidad tardía: ¿En que ha devenido, hoy, ese niño? Así, hoy, lo encuentra, por tierras neuquinas, Alejandro Finzi, quien lo toma en sus brazos, lo besa, se aman y luego ingresa, el niño, como delicada tinta roja, en un tintero para salir, nuevamente sobre un escenario de papel. Otra vez “El niño travieso”, solo que ahora recorriendo las tierras de un país atravesado por una modernidad fallida. Las tierras vibran a su paso y, al fin, luego de trazar un largo camino de amistad que va desde Neuquén a Campana, encuentra a La Comedia de Campana.

¿Quién escucha al poeta? ¿Quién juega con el niño? ¿Quién siente la intensidad de la naturaleza? Tal vez, el pequeño viaje de encarnación o sucesivas re-encarnaciones de “El niño travieso” nos de algunas pistas.

Una travesura de La Comedia de Campana

Dentro de la extensa trayectoria de La Comedia es posible perderse en los laberintos de sus búsquedas estéticas, cada una, cada etapa, plasmada en una puesta en escena. No se trata solo de laberintos de archivo, sino de laberintos de intensidades, de nacimientos de nuevos modos de expresión, de nacimiento de un dispositivo escénico que apenas comienza a explorarse, nacimiento de sueños.

Esta travesura, iniciada en el 2005 (año en que se estrena “El niño travieso”), ante un viaje a Dinamarca, abre una nueva búsqueda para La Comedia de Campana: nuevo “mundo posible” escénico, nuevos cuerpos, giro en el “contrato de lectura”, abrirse al universo de niños y niñas, desafiar a los adultos a metamorfosearse, a devenir niños. Así, en medio de todos esos desafíos, Ana Barrionuevo y Guillermo Rodoni, bajo la dirección de Gabriela Jiménez, encarnan a “Amor” y al “Viejo Poeta”, respectivamente, y en torno a ellos va emergiendo un universo que se teje de la misma sustancia que la de los sueños, la del teatro, la de las utopías, la de las líneas de Andersen… En el 2005, este grupo de personas, este grupo teatral, devino niño y jugo e invito a jugar, invito a devenir, a otras personas; hoy, en 2008, vuelve a hacerlo, vuelve a invitar a todos y todas, pero solo podrá ingresar aquél que, antes de entrar a la sala, deje, pierda, todo aquello que no lo deje fugarse a la niñez y a las travesuras más felices del amor.

La puesta en escena

Los espectadores van ingresando a la sala. Un viejo esta sentado en un escritorio que invita a pensar, a partir de su diseño, en otro mundo posible… ¡Qué lugar más extraño! Extraño e inaccesible, puesto que entre los espectadores y ese universo, construido con amor, utopías, sueños, se alza una cuarta pared invisible, pero que concentra toda la fuerza del cosmos, que separa dos mundos (¿Insalvables?).

La iluminación invita a sumergirse en la oniria: es de noche. La combinación de tintes y colores dan pinceladas de sueño a todo ese universo que esta separado por una cuarta pared.

El viejo poeta, entre sombras, iluminado por la pequeña llama de una vela exhausta por las horas, busca inspiración a partir de una rutina tan exacta como un reloj. Detrás de la rutina una combinación de sonidos que dejan sentir que ese viejo meticuloso tiene un corazón que late como el de un niño… La inspiración parece llegar, pero no. Hay un fracaso tras otro y la naturaleza, encarnada por la luna, se fastidia. El viejo poeta desiste y se prepara para ir a la cama cuando un extraño llama a la puerta “¿Quién esta ahí?”, pregunta el poeta, quien ve, al mismo tiempo que los espectadores, a un niño, en medio de una tormenta… “¿Cómo te llamas?”, le pregunta el anfitrión al niño, quien le responde “Amor ¿No me conoces acaso?” El poeta no contesta. “Amor” habla un lenguaje ininteligible (primera invitación a la intensidad: dejar las palabras y la razón, arrojarlas a un lado y devenir intensos) mientras juega en la casa del viejo rutinario que lucha por arreglar el arco del niño travieso, llamado Amor.

Todo el escenario va mutando, desarmándose… El niño deshace las estructuras, las rutinas y desploma la cuarta pared que separa a los espectadores de ese universo en el que él vive (tal vez, como metáfora de la pared que separa a unos y otros en la vida cotidiana, tal vez como metáfora de las paredes y techos invisibles que se presentan día a día). Los espectadores están en el universo de los sueños, de las intensidades, de las utopías… ¿Alguien no ha entrado? Si, quienes no han podido callar la mente parlanchina que recubre, con tramas espesas, los rincones más alegres del corazón.

El viejo poeta repara el arco, el niño desarma la casa de su anfitrión y luego, con flechas en mano, se prepara a disparar… El viejo poeta cae, desplomado por el amor, intensidad que ha recorrido cada uno de sus poros hasta desarmar su cuerpo. El poeta se levanta, su cuerpo y la escena son otros; el lugar ha cambiado y ya no hay cuata pared: todo lo que separa universos ha sido borrado y entonces, allí, el poeta, que ya ha dejado de ser rutinario y obsesivo, enlaza el corazón de cada uno de los espectadores al suyo y traza una línea de fuga hacia la utopía, así, los espectadores y actores se funden en un solo universo: el del amor y los sueños, el de la resistencia ante las nuevas relaciones liquidas.

Una invitación más a la resistencia

Cada una de las obras encarnadas por los actores y actrices de La Comedia de Campana es una invitación a la resistencia. Sin embargo, es, tal vez, “El niño travieso”, de Alejandro Finzi, la realización, de dicho grupo, la apuesta más fuerte a la utopía. En tiempo de relaciones liquidas, de amor liquido, La Comedia apuesta, casi como algunos románticos, entre ellos Goethe, al amor, a ese amor que naufraga en las playas del corazón.

Sin duda, “El niño travieso” traza una línea de fuga de intensidades en el grupo humano, devenido grupo de actores y actrices, “La Comedia de Campana”.

Solo hay una advertencia, para futuros espectadores: si no deja la mochila, el equipaje con que ha ido equipándose a lo largo de su vida, no podrá hacer el viaje hacia ese universo, que no es más que “un mundo posible”.

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