lunes, 21 de enero de 2008

Palideció


Llegar caminando o en auto, colectivo, subte o taxi. Llegar y estar allí, llegar y comprender que es un signo identitario, que el que está allí es porteño o está bebiendo por los ojos la esencia porteña. Sí, parece una exageración, pero es así: se trata de una de las tantas metonimias argentinas; parece que los argentinos vivimos metonímicamente.

Si se ha estado en Buenos Aires es imposible no estar allí. Hay que pasar, aunque más no sea para la foto. Claro, es inevitable no llegar si se ha estado caminando por Corrientes y se ha sobrevivido a la luna “que va rodando por Callao”. Allí está, allí se eleva nuestro destino. Se nos revela erecto en la superficie del suelo porteño. Para algunos está olvidado, naturalizado, sin recordar que alguna vez, antes de mil novecientos treinta y seis, allí había otra cosa o no había nada.

Esa aguja con la que se busca pinchar el cielo es puro símbolo, no es nada más que símbolo: esta allí para significar y el límite de su significación está en la cantidad de voces que lo relatan y de miradas que lo recorren.

También, es observatorio, punto de referencia (brújula), lugar de encuentro; deviene por sus usos ¡Eso es maravilloso! ¡Cuántas intervenciones! Habría que forrarlo más seguido, pintarlo, ponerle un piercing. Pero, eso es obvio, es la metáfora más evidente que revela la porteñidad al palo. “Al palo”, hay un monumento pálido “al palo”… Qué paradoja, es como pensar en un muerto al palo. La cuestión es que tenemos un monumento que está “al palo” y pide estímulos a gritos, pues ha quedado blanco de susto. Sí, es verdad, nadie lo escucha, pero solo basta con pasar una noche, mirarlo desde alguna perspectiva y escuchar su voz a través de las luces; así se verá su cambio de colores, su cambio de animo.

Para devolverle el ánimo hay que intervenirlo, hay que re-crearlo. Nietzsche habló del superhombre y de las trasformaciones que este podría realizar; aquí digamos, al pasar, que necesitamos de las personas al palo, son las únicas que puede sacar al monumento de su estado fúnebre.

Entendámonos, el estado llamado “al palo” puede sublimarse. Eso implica una transformación, transformación energética: de repente estamos grafiteando (escribiendo o dibujando), estamos tocando la guitarra, el piano o cantando… Y así, tantas cosas.

Pintarlo, tocarlo, hacerlo bailar ¡Sí, que baile! Que se deslice, que se tuerza, que se enrosque, que gire, que se abra al medio y vuelva a unirse ¡Si lo viera Dalí! Sí, que siga bailando y así, tal vez, la luna, que sigue rodando por Callao, se acerque a verlo y baile con él. La luna y el monumento (suena como “La bella y la bestia” o “La linda y el de madera”) bailando; y ella, la luna, sigue rodando, sobre el cuerpo trenzado del monumento, hasta llegar, dibujando órbitas, al cielo.

El Obelisco está allí, indicándonos como un reloj, a través de su sombra, el paso de los días y las horas. El Obelisco está allí, marcando sus horas y las nuestras, está esperando ser intervenido, ser sacado del susto.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Por fin actualizamos!.. Pensé que se te había "vaciado" el cerebro. (mentira, nunca lo pensé. Las conversaciones del País de las Maravillas nunca podrían existir en un cerebro vacío).

Creo que el Sr. Obelisco es una de las pocas cosas que nunca pueden dejar a nadie sin nada que decir. La cantidad de analogías y metáforas a las que da lugar es ilimitada!

Besos!