lunes, 17 de agosto de 2009

Resquebrajar lo eterno

Si ustedes están tristes es porque están oprimidos, deprimidos…

Se los ha atrapado.

Deleuze, Gilles

Veo la ciudad, siento la ciudad; no la ciudad platónica, no la ciudad “ideal”, sino la ciudad o las ciudades donde vivimos. La idea, ese eterno más allá propuesto por Platón, nos arrebata el más acá, nos lo roba, nos sustrae el mundo; elevamos nuestra vista y nos despegamos del suelo, nos elevamos ¡Qué bien nos vendría un hondazo!

No me propongo escribir sobre una ciudad, sino sobre ciudades, sobre elementos que ellas comparten: sus espacios, sus usos. También, siento la necesidad de expresar un deseo, un deseo sobre los espacios públicos: deseo de transformación.

Platón, en su Republica, censura a los poetas, calla su llamado a la imaginación porque sabe que ésta puede transformar el orden social. Platón “mata” al poeta de la ciudad. Platón es asesino, quizá el primer asesino serial al estilo hollywoodense. Muertos los maestros de la imaginación no se podrá cambiar el orden “ideal”, es decir, eterno.

La ciudad rechaza al poeta, expulsa al poeta. Pero nosotros necesitamos de él. Entiéndase, no me refiero al poeta que escribe un libro, sino al poeta de la ciudad, al poeta que escribe sobre las paredes, las calles… Quiero extender el término poeta a todo aquel que inscribe sensaciones sobre un soporte. Así, el actor, el murguista, el músico, el escultor, también es poeta. No solo se inscriben sentidos, también sensaciones, por ejemplo: el contorno rojo de un corazón significa lo mismo que un corazón totalmente coloreado, pero las sensaciones, las intensidades, no son las mismas.

El poeta interviene la ciudad, siendo esta un pentagrama, un lienzo o barro. La ciudad se transforma en un escenario donde la composición de nuevos modos de expresión es posible. En el escenario se encarna la resistencia, allí se muestra que es posible la vida de otro modo… Los espacios cambian: un monumento, de repente, es una mujer; o una calle se convierte en río. El poeta extraña y desea. Precisamente, extraña porque desea. Ve las cosas de otro modo y las construye: la imaginación está encarnada y en constante movimiento. Allí, en mostrar otros modos posibles, Platón vio el peligro.

La ciudad, más precisamente sus calles, son el escenario de las nuevas luchas sociales. El espacio es un “espacio lleno” de intensidades: sonidos, colores, luces, olores, cuerpos, son vehículo de ellas. La intensidad es “el doble” de la cosa, es aquello que nos toca de una voz, es la vibración que otro cuerpo produce sobre el nuestro. Los dedos del pianista, o del guitarrista, son, mientras la melodía los envuelve, intensos. La intensidad es, en pocas palabras, la sinceridad de los impulsos. Estos últimos, una vez exteriorizados, crean algo: signos intensos. A ellos me refiero al momento de decir que también se inscriben sensaciones. El poeta compone signos intensos en el escenario social. Y, a partir de allí, resquebraja lo “eterno”.

Hace unos años camine la ciudad-escenario de Medellín. La Navidad estaba próxima… Cada mañana, desde la ventana del hotel en que estaba hospedado, veía una plaza y unas calles que día a día iban siendo más y más adornadas. Me di cuenta de que se las vestía para la Navidad. Ese ritual formaba parte de algo llamado “el paseo de las luces”, si mal no recuerdo. Esto tenía que ver con alumbrar la ciudad, llenarla de luces, de colores (cada color con su intensidad lumínica), con sacarla de las sombras en que tanto tiempo había estado. La intensidad lumínica cambia los estados de ánimo… Allí estaba el arte, en la calle, para afectar alegremente a la gente.

La alegría y la diversión son algo que indudablemente debe estar ligado al arte. Bertolt Bretch decía que el fin del teatro era divertir, que el fin del arte era divertir. El poeta que utiliza las calles como espacio de composición sabe muy bien esto, sabe como sacar una sonrisa con intervenciones sobre carteles, posters o señales de tránsito. El poeta callejero trastoca el sentido de las cosas, viaja y nos invita a viajar por otras dimensiones de las cosas: una señal que dibuja a un hombre, agachado, descendiendo de un vehiculo, esta acompañado de otro, pero este otro no lo ayuda, sino que lo empoma de atrás. Allí la risa, la gracia que sacude nuestro cuerpo y lo potencia. De repente el estado anímico es otro… Ahora tenemos ganas, no sabemos de qué, pero tenemos ganas.

El poeta callejero derrama intensidades por las calles, la ciudad se torna intensa, y las intervenciones contagian alegría… Nos afectan alegremente. Los cuerpos que se encuentran resuenan unos en otros y la alegría es cada vez mayor. El termino “alegría” puede parecer banal, pero tanto tiempo se ha escu(l)pido sobre nuestra cabeza que lo emocional es tonto… Habría que preguntarse por qué, con qué intereses se ha dicho esto. Habría que hacer una genealogía de lo emocional.

Volviendo, el termino “alegría” reenvía a un sentir, a un estar bien… Si estamos bien tenemos ganas de hacer cosas, si estamos tristes no. La alegría aumenta nuestra capacidad de acción, mientras que la tristeza la disminuye.

Las manifestaciones grises siempre me han rechazado, las manifestaciones coloridas siempre me han llamado, afectado y, debo decir, me han hecho hijos: siempre algo me ha nacido… Las ganas de hacer se han plasmado en algo.

El poeta de la ciudad, también, sacude, para despertar, a los mármoles, blancos de susto. Entonces, los pinta, los maquilla y… ¡Voilà! De nuevo a la vida. Pero, allí no termina todo, luego resuena en la mirada de una persona y… ¡Terremoto! Un cosquilleo que comienza por el ojo termina matando de risa a un sentido gris.

Las relaciones de poder se ven en las calles. El poeta, con el signo intenso, alegra, derrama alegría por la ciudad. Trastoca el sentido triste con la gracia. La capacidad de acción aumenta y la resistencia se intensifica. La resistencia, las luchas, “las minoridades” son alegres, se valen de la fiesta, y la contagian ¡No nos asustemos, la alegría no es una epidemia!

Voy caminando -es de noche- por Sarmiento. Llego a Libertador. Oigo el sonido del agua, en medio de las avenidas, que se mezcla con el sonido de los autos, son pocos. Cierro los ojos. Me parece estar soñando. El agua, su doble, me va mojando de sonidos; mis oídos-gruta son cascadas. Allí hay arte, allí hay intensidad. Me gustaría mojar mis pies en el agua, pero ¡Advertencia! Un cartel dice “Alto voltaje”. Me invade la tristeza y mi capacidad de acción disminuye. No meto los pies, ni siquiera las manos, en el agua de la fuente. Así nos quieren quienes defienden lo eterno, nos quieren tristes, sin capacidad de acción. Sigo caminando y me encuentro con un chico que está tocando la guitarra; me paro a oírlo. No reconozco la melodía. Aquel desconocido, a mitad de cuadra, jugaba con notas que se hacían una fiesta en mis oídos. Ese cosquilleo nocturno de la melodía, sin darme cuenta, había cambiado mi ánimo.

En la ciudad hay dialéctica, hay apropiaciones y creaciones. La ciudad es un escenario lleno de tensiones e intensidades y la imaginación creativa, artística, es el eje de la resistencia encarnada por los poetas.

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